Por ADOLFO RIVERO CARO(Abogado, traductor, ensayista, uno de los fundadores del movimiento de derechos humanos en Cuba. Tiene un sitio en Internet llamado "En Defensa del Neoliberalismo" -www.neoliberalismo.com -. Actualmente reside en Miami y es columnista de El Nuevo Herald).
No se puede hablar de la historia de Cuba sin una referencia constante a Estados Unidos. En este país, los años 20 son decisivos. Es una época de transformaciones sin precedentes donde irrumpen en la vida cotidiana el automóvil, el cine, la radio y las cadenas de tiendas. Es la época del nacimiento de la sociedad de consumo. También es la época de Picasso, de T. S. Elliot, de Joyce, de Freud, de Wittengstein. De Ernest Hemingway, John Dos Passos. De Jack Dempsey y Babe Ruth. Del nacimiento y popularización del jazz.
En esos años, Estados Unidos conoció una prosperidad frenética y sin precedentes así como también la peor depresión de su historia. Las décadas entre las dos guerras vieron la maduración y momentánea crisis de otra etapa de la revolución capitalista. Sus efectos influyeron decisivamente en el estilo de vida de todo el planeta.
En aquellos años en Estados Unidos se comenzaron a experimentar los problemas de una sociedad de consumo. La producción, mercadeo y acumulación individual de una serie al parecer sin fin de bienes y servicios pasó a convertirse en la principal preocupación de la vida diaria y, prácticamente, en una religión secular. Y aunque las raíces de este proceso se encuentran en la creación de un mercado continental y el ascenso de las grandes empresas en el último tercio del siglo XIX, los años después de la I Guerra Mundial vieron la increíble difusión del automóvil, la masificación de los bienes de consumo gracias a la invención de la línea de montaje (1913), la popularización de los pagos a plazos, el uso masivo de los anuncios y el creciente poder de la radio y el cine. Todas estas transformaciones provocaron un éxodo hacia las ciudades con los naturales problemas que origina una urbanización masiva y sumamente rápida.
Esta época es conocida en Estados Unidos como The Roaring Twenties (Los Rugientes Veinte). La guerra había traído enormes cambios a la sociedad norteamericana.
Toda una generación se había infectado con el espíritu de disfrutar porque mañana se puede morir. Mientras cientos de miles de soldados partían para el frente cientos de miles de mujeres ocupaban sus puestos y salían a trabajar fuera de sus hogares. Había habido una epidemia de rápidos matrimonios y de otras relaciones menos convencionales. Dos millones de soldados americanos se habían visto muy cerca de la muerte y muy lejos de los severos códigos morales de los Estados Unidos de la época. Miles de mujeres habían participado en la guerra como enfermeras. Era imposible que esta generación regresara a sus casas para proseguir la misma vida que tenía anteriormente. Los jóvenes se habían sacrificado y ahora querían divertirse. Las mujeres se iban liberando de los gravámenes domésticos con la popularización de las lavadoras y planchas eléctricas, con la proliferación de los alimentos enlatados. Ante la vieja costumbre del ahorro, se impuso la venta a plazos. El corset desapareció tan rápidamente como el pelo largo. Las mujeres empezaron a votar, a fumar y a beber junto con los hombres, pese a la Prohibición. Entre 1910 y 1928, la tasa de divorcio se duplicó. El prestigio de los dirigentes políticos como grupo, y hasta de las instituciones democráticas mismas, como los parlamentos, sufrió enormemente. Se les consideraba responsables de la horrible matanza. Es una época de gran revisión de valores. Las ideas de Freud se convirtieron en una verdadera manía nacional. En 1920 prácticamente no había radios, en 1922 había cientos de miles. Los teléfonos también se popularizaron extraordinariamente.
La impetuosa expansión económica desarrolló un verdadero culto popular al hombre de negocios, al arriesgado empresario. Los Rotarios se fundaron en 1905 y en 1930 tenían ya 150,00 miembros. Por otra parte, las noticias de la Revolución Rusa y el peligro de su posible expansión por el resto de Europa provocaron el llamado Red Scare o "Miedo a los Rojos". Estados Unidos seguía siendo en esa época un país profundamente religioso, muy poseído de lo que Max Weber llamó "la ética protestante del trabajo".
Sin embargo, la urbanización y el desarrollo de los medios de comunicación de masas también había hecho crecer verticalmente el número de intelectuales, los mismos de los que Alexis de Tocqueville había escrito:
"Su modo de vida llevó a estos escritores a dar rienda suelta a las teorías abstractas y las generalizaciones relativas a la naturaleza del gobierno y a confiar ciegamente en ellas. Por vivir como vivían, bastante alejados de la práctica política, carecían de la experiencia que hubiese podido moderar su entusiasmo. Por lo tanto, dejaron de percibir por completo los obstáculos bien reales que existían incluso en el camino de las reformas más dignas de elogio, como tampoco calcularon los peligros que encierran hasta las revoluciones más saludables. Como resultado de ello, nuestros hombres de letras se tornaron más osados en sus especulaciones, más adictos a las ideas generales y los sistemas".
Una excelente, aunque ácida, descripción de la vida típica en Estados Unidos de la época puede encontrarse en dos famosas novelas de Sinclair Lewis: Main Street (Calle Mayor, 1920) y Babbitt (1922). Las novelas fueron una sensación nacional y provocaron una súbita toma de consciencia sobre una realidad y movilizaron las fuerzas dispuestas a cambiarla. Esto tendría su contrapartida cubana en Carlos Loveira y Miguel de Carrión. Entre los intelectuales se fue popularizando un profundo desprecio por la burguesía y sus valores, un rechazo a la homogeneización típica de ese período de la producción industrial, un escepticismo religioso, un odio a cualquier tipo de imposición moral a través de las leyes, un ansia de mayor libertad sexual así como, por supuesto, una total hostilidad a la Ley Seca. Estas ideas iban penetrando lentamente en la población norteamericana y también se irradiaban al resto del mundo.
En esos años, Estados Unidos conoció una prosperidad frenética y sin precedentes así como también la peor depresión de su historia. Las décadas entre las dos guerras vieron la maduración y momentánea crisis de otra etapa de la revolución capitalista. Sus efectos influyeron decisivamente en el estilo de vida de todo el planeta.
En aquellos años en Estados Unidos se comenzaron a experimentar los problemas de una sociedad de consumo. La producción, mercadeo y acumulación individual de una serie al parecer sin fin de bienes y servicios pasó a convertirse en la principal preocupación de la vida diaria y, prácticamente, en una religión secular. Y aunque las raíces de este proceso se encuentran en la creación de un mercado continental y el ascenso de las grandes empresas en el último tercio del siglo XIX, los años después de la I Guerra Mundial vieron la increíble difusión del automóvil, la masificación de los bienes de consumo gracias a la invención de la línea de montaje (1913), la popularización de los pagos a plazos, el uso masivo de los anuncios y el creciente poder de la radio y el cine. Todas estas transformaciones provocaron un éxodo hacia las ciudades con los naturales problemas que origina una urbanización masiva y sumamente rápida.
Esta época es conocida en Estados Unidos como The Roaring Twenties (Los Rugientes Veinte). La guerra había traído enormes cambios a la sociedad norteamericana.
Toda una generación se había infectado con el espíritu de disfrutar porque mañana se puede morir. Mientras cientos de miles de soldados partían para el frente cientos de miles de mujeres ocupaban sus puestos y salían a trabajar fuera de sus hogares. Había habido una epidemia de rápidos matrimonios y de otras relaciones menos convencionales. Dos millones de soldados americanos se habían visto muy cerca de la muerte y muy lejos de los severos códigos morales de los Estados Unidos de la época. Miles de mujeres habían participado en la guerra como enfermeras. Era imposible que esta generación regresara a sus casas para proseguir la misma vida que tenía anteriormente. Los jóvenes se habían sacrificado y ahora querían divertirse. Las mujeres se iban liberando de los gravámenes domésticos con la popularización de las lavadoras y planchas eléctricas, con la proliferación de los alimentos enlatados. Ante la vieja costumbre del ahorro, se impuso la venta a plazos. El corset desapareció tan rápidamente como el pelo largo. Las mujeres empezaron a votar, a fumar y a beber junto con los hombres, pese a la Prohibición. Entre 1910 y 1928, la tasa de divorcio se duplicó. El prestigio de los dirigentes políticos como grupo, y hasta de las instituciones democráticas mismas, como los parlamentos, sufrió enormemente. Se les consideraba responsables de la horrible matanza. Es una época de gran revisión de valores. Las ideas de Freud se convirtieron en una verdadera manía nacional. En 1920 prácticamente no había radios, en 1922 había cientos de miles. Los teléfonos también se popularizaron extraordinariamente.
La impetuosa expansión económica desarrolló un verdadero culto popular al hombre de negocios, al arriesgado empresario. Los Rotarios se fundaron en 1905 y en 1930 tenían ya 150,00 miembros. Por otra parte, las noticias de la Revolución Rusa y el peligro de su posible expansión por el resto de Europa provocaron el llamado Red Scare o "Miedo a los Rojos". Estados Unidos seguía siendo en esa época un país profundamente religioso, muy poseído de lo que Max Weber llamó "la ética protestante del trabajo".
Sin embargo, la urbanización y el desarrollo de los medios de comunicación de masas también había hecho crecer verticalmente el número de intelectuales, los mismos de los que Alexis de Tocqueville había escrito:
"Su modo de vida llevó a estos escritores a dar rienda suelta a las teorías abstractas y las generalizaciones relativas a la naturaleza del gobierno y a confiar ciegamente en ellas. Por vivir como vivían, bastante alejados de la práctica política, carecían de la experiencia que hubiese podido moderar su entusiasmo. Por lo tanto, dejaron de percibir por completo los obstáculos bien reales que existían incluso en el camino de las reformas más dignas de elogio, como tampoco calcularon los peligros que encierran hasta las revoluciones más saludables. Como resultado de ello, nuestros hombres de letras se tornaron más osados en sus especulaciones, más adictos a las ideas generales y los sistemas".
Una excelente, aunque ácida, descripción de la vida típica en Estados Unidos de la época puede encontrarse en dos famosas novelas de Sinclair Lewis: Main Street (Calle Mayor, 1920) y Babbitt (1922). Las novelas fueron una sensación nacional y provocaron una súbita toma de consciencia sobre una realidad y movilizaron las fuerzas dispuestas a cambiarla. Esto tendría su contrapartida cubana en Carlos Loveira y Miguel de Carrión. Entre los intelectuales se fue popularizando un profundo desprecio por la burguesía y sus valores, un rechazo a la homogeneización típica de ese período de la producción industrial, un escepticismo religioso, un odio a cualquier tipo de imposición moral a través de las leyes, un ansia de mayor libertad sexual así como, por supuesto, una total hostilidad a la Ley Seca. Estas ideas iban penetrando lentamente en la población norteamericana y también se irradiaban al resto del mundo.
Para reflexionar
- ¿Con qué otro nombre fue conocida la década de los años veinte?
- ¿Con qué otro nombre fue conocida la década de los años veinte?
- ¿Qué tipo de sociedad nace en Estados Unidos en esta época?
- ¿Qué significó esta época para las mujeres?
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